lunes, 25 de octubre de 2010

CUENTO

EL ENIGMÁTICO NÚMERO 20

Un rostro de alegría y optimismo, se refleja en un limpio espejo que cuelga en la pared de una habitación.  Es el de Marco Antonio un hombre alto, contextura delgada, tez blanca, aspecto bonachón de mediana edad.  Se dispone a iniciar su jornada laboral.  Es conductor,  de un taxi marcado con el número 020, adscrito a una reconocida  empresa de su localidad.
― ¡Querido el desayuno¡ -gritabá su esposa desde la cocina.

― ! Ya…amor ¡   -responde el aludido mientras desciende presuroso por la escalera hacia la cocina.  

― Amor sólo tomaré el jugo, porque quiero agarrar el día por los cachos.

― ¿Por qué tanto afán? –insiste la esposa,  mientras le termina de abotonar la    camisa.

― Quiero regresar temprano para que celebremos nuestro vigésimo aniversario, como se merece, con todas las de la ley  -dice al tiempo que le da un cariñoso beso.

― ¡Que Dios me lo bendiga y que le vaya muy bien mijo¡  -dice mientras hace la señal de la cruz en dirección a él.

Ya dentro del auto, Marco Antonio va dispuesto a recoger su primer pasajero. Por un momento retrocede su memoria 20 años atrás, cuando vio por primera vez a la que hoy es su señora, para ese entonces una chica con tantos encantos que inmediatamente quedo flechado y así iniciaría dos décadas de grata compañía, al lado de su ser más querido.  A la altura de la calle 20, frente al cementerio Jardines de Paz,  una mujer extiende el brazo haciendo señas para que el taxi se detenga; esto  lo hace regresar a la realidad,  y rápidamente se orilla y detiene el auto.  La joven entra al carro y se acomoda, el conductor la ve por el espejo retrovisor una chica hermosa de tez blanca, nariz perfilada, ojos grandes de color azul, que reflejan una gran tristeza, largos cabellos ensortijados de color negro brillante, vestida con un atuendo bastante conservador para la época.

― ¡Buenos días señorita…¿hacia dónde la llevo?

― Muy buenos días…hágame el favor y me lleva a la carrera 20 con transversal 20, en el barrio 20 de Julio.

― ¡Con muchísimo gusto niña¡  -responde el taxista con una gran sonrisa.

Camino hacia su destino, Marco Antonio entabla  conversación con la pasajera.

― Disculpe su merced, usted debe tener como 20 años; ¿sí  o no?  -le pregunta el taxista mirándola fijamente por el retrovisor.

― ¡Si señor¡  -responde secamente la mujer.
― ¡Ah¡…que coincidencia hoy precisamente estoy celebrando 20 años de matrimonio       -aclara el conductor mientras  en su rostro se dibujan gestos de alegría  

― ¡Si lo sé¡  -expresa  fríamente la chica.

―! Cómo ¡…

La charla es interrumpida por una Ford Explorer que se le atraviesa a gran velocidad, obligándolo a frenar bruscamente.

― ¡Eh  Avemaría¡  este es mucho animal  -grita el conductor.

El resto de camino, los invade un profundo silencio, hasta llegar a la dirección del Servicio.

― Llegamos señorita…sana y salva.

― Gracias… ¿Qué le debo?

― Son Cinco mil pesos, niña.

La chica repara en su bolso, buscando el dinero, le da vuelta a su contenido por unos instantes pero no encuentra nada.

― Señor de seguro el dinero se me quedó en mi habitación, si me disculpa un momento entro a la casa y le traigo su paga.

― Claro mi amor no hay problema.

Ya transcurridos varios minutos, sin que la mujer regrese, Marco Antonio inquieto por la pérdida de tiempo, decide bajar e ir a buscarla.  Parado en la puerta de la casa se percata que la nomenclatura de la vivienda es la 20-20, oprime el botón del timbre sin tener respuesta, vuelve y obtura el botón hasta que la puerta es abierta por un anciano.

― ¿Si… a la orden?    –dice el veterano.

― Si señor,  buenos días, es que estoy esperando a una niña, que entró a buscar el dinero, para cancelarme  la carrera.
― ¿Una niña?  -responde con voz apagada  el desconcertado viejo-  pero…siga  más adelante.

Mientras cojea por entre el estrecho zaguán, como buen anfitrión le hace señas con la mano derecha, para que el visitante lo siga hacia la sala.

Ya dentro de la casa, el hombre octogenario lo invita a sentarse. Marco Antonio rechaza el ofrecimiento y decide estar de pie, luego aparece una viejita que amablemente le pregunta que si desearía tomarse un cafecito, el taxista le agradece, haciendo un gesto de negación.

― Ahora si… ¿dígame que lo trae por aquí? –pregunta el anciano.

― Ya le dije señor...estoy esperando que me paguen la carrera.

― ¿Cuál carrera?

― Señor traje una joven, que  entró a esta casa y me dijo que esperara un momento mientras buscaba el dinero.

― Eso no puede ser posible señor  -responde el anciano-  aquí no ha entrado nadie, ni vive ninguna joven.

Marco Antonio, hace un gesto de incomprensión y a la vez de rabia, trata de buscar con su mirada a la joven por todo el recinto, de pronto se percata de un retrato que colgaba en la pared de la sala, era la chica que minutos antes fuera su pasajera,  concidencialmente vestida igual que en la foto.

― ¡Ella es¡…!es ella a quien traje¡    –expresa emotivamente  el taxista mientras señala con el índice derecho la fotografía.

― No hijo…su merced debe estar equivocado.

― Pero si es igualita y estaba vestida con la misma ropa.

El anciano se mira con su esposa; ambos reflejan una gran sorpresa y un incomprensible nerviosismo. Después de unos instantes, con voz entrecortada   el  patriarca  le responde al contrariado conductor.

― Mire hijo, esa joven del retrato es nuestra hija, quien falleció en un trágico accidente, precisamente hoy hace 20 años. Ese día de la tragedia, nosotros la esperábamos para celebrarle su vigésimo  cumpleaños.





Texto escrito por Alberto Ararat Colmenares, participante
del “Taller Arauca Lee, Escribe y Cuenta”.