ORGULLO DE PADRE
Crónica
Crónica
Se escuchan las risotadas y los gritos de júbilo, que llenan el gran salón del centro de convenciones de Arauca. Los birretes son lanzados con fuerza al aire, se celebra la ceremonia de graduación de la tercera promoción del Liceo Santo Domingo Sabio. Es 26 de noviembre de 2009. Una veintena de jóvenes, con rostros embargados por la alegría y un inmenso orgullo por haber culminado esta etapa de sus vidas, caminan de un lado a otro.
Sentado inmóvil, observando aquellas escenas de euforia, se encuentra Alberto Ararat, un hombre de mediana edad, de contextura delgada, tez blanca y de apariencia serena. Con rostro de orgullo y satisfacción, dirige la mirada hacia una niña, dentro del grupo de jóvenes graduados, es Angie Valeria, su hija, de 16 años de edad, 1.70 de estatura, tez blanca, rostro perfilado, ojos café claro y una larga cabellera ensortijada de color castaño, quien refleja una sensación de victoria por el acontecimiento que se celebra, ya que había cursado sus estudios de preescolar, primaria y secundaria, dentro del mismo plantel. Alberto en medio de una confusión de sentimientos, alegría, orgullo y a la vez incertidumbre por el devenir de su primogénita, la mira fijamente y empieza a remembrar esa noche del 16 de Noviembre de 1993.
Su esposa Amanda, le llama alarmada:
– ¡Alberto¡…!Alberto¡ ¡llego el momento!
– !Cómo¡…
– ¡Qué llego la hora!
El marido empieza a caminar por toda la casa, con un nerviosismo como buscando algo que no puede encontrar.
– ¿Qué hago?
–¡Tranquilízate! Llama un taxi y trae la pañalera, que ya contiene todo lo necesario.
Se trasladan en el vehículo hacia el hospital San Vicente de Arauca; son más o menos las 7:00 p.m. Ya allí son recibidos por una enfermera en la sala de urgencias, que al darse cuenta de la urgencia, los conduce rápidamente a la sala de parto. Antes de entrar, por una gran puerta, la asistente sanitaria, detiene a Alberto y le dice:
– Espera aquí.
Esa espera se convierte en una eternidad. Después de largo rato, sale la misma persona, que le informa al futuro padre.
– Hay complicaciones señor; su esposa no puede tener un parto normal, hay que practicarle una cesárea; ya se localizó al médico ginecólogo, para que realice la operación.
Al escuchar lo inesperado, el futuro padre se sumerge en una profunda preocupación, pero entiende que no le queda más que continuar la larga espera. Después de varios tintos y cigarros, se entera que llegó el doctor directo a la sala de cirugía. Nervioso e invadido por pensamientos y sensaciones nuevas, camina de lado a lado, por un largo pasillo, deteniéndole sus pasos una puerta, detrás de la cual se encuentra su esposa, a punto de dar a luz a su hija. Continua su andar inquieto y en un momento mira a través de un postigo que tiene la puerta, el correr de las enfermeras y los galenos, y entiende que están en plena cirugía. Transcurridos varios minutos, tal vez horas, escucha el llanto de un bebé, entonces son las 11:30 de la noche. Alberto, arroja un largo suspiro, como de tranquilidad, vuelve a observar por el postigo, se da cuenta que se acerca la enfermera con un rostro de alegría y trae consigo a su hija envuelta en una sábana.
– su esposa está bien, se encuentra dormida por el momento y esta es su hermosa niña.
Alberto se acerca a mirarla, y queda extasiado con la belleza de su primogénita y le agradece a Dios por el resultado exitoso de la cirugía y haberle traído una hija sana.
Alzándola por un momento -piensa- Así que ésta es Angie Valeria. ¿Cuál será su futuro? Espero que sea grande y exitosa.
–¡Papá¡ ¡Papá! ¡Papito¡ -Llama la atención Angie Valeria.
Alberto aterriza con el llamado de su hija, y regresar a la realidad, se vuelve para mirarla.
–¡Papi…! ¡La foto con su merced¡
El padre se levanta y abraza orgullosamente a su retoño.
En la foto queda registrado para siempre, los rostros de complacencia, orgullo y alegría que demuestran el deber cumplido, tanto de hija como de padre.
Texto escrito por Alberto Ararat Colmenares, participante
del “Taller Arauca Lee, Escribe y Cuenta”.
Año 2010.
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